Por:
Alejandro “El Profe” Bohórquez
#ElProfeDelMetal
Un
saludo metalero. El año pasado escribí una columna bastante personal sobre mi
gusto por la velocidad, y su relación con mis procesos mentales, y por
supuesto, mis gustos musicales; siendo algo probable que alguien con ojo
clínico detectara un tema de hiperactividad no diagnosticada (no lo considero
un desorden, para mí ha sido más causa de diversión que de agravio. Nada que
hacer, soy equipo Sonic. Hoy voy a seguir con mi intensidad, y voy a indagar
más sobre los efectos de un alto tempo y sus posibles connotaciones, teniendo
en cuenta dos antecedentes: 1) este video intenta analizar cuál es el número
máximo de golpes o beats por minuto (b.p.m.) que son distinguibles para la
capacidad humana, pero igual no llega a algo del todo concluyente, pero da
buenos apuntes, y 2) como es habitual tomo las impresiones de mis estudiantes
en clase, donde las impresiones de personas que no son seguidoras de la Música
Extrema pueden dar buenas luces a lo que se está estudiando.
Haciendo
referencia a lo extremo, es claro y casi que evidente que parte de lo que hace
extrema a la Música Extrema son sus experimentaciones con tempos muy altos o
muy bajos, los primeros dando una sensación de inquietud al acelerar los
latidos del corazón, los segundos por otorgar un sensación densa y letárgica. Cabe
aclarar, que por lo general la música popular, o lo que se considera “normal y
aceptable”, oscila más o menos entre los 90 y los 130 b.p.m., y de ahí la
incomodidad que puedan ocasionar los tempos que se salgan de ese marco. Sin
embargo, me ha llamado la atención que dentro y fuera de clase las canciones
rápidas son tomadas más como “cosas de locos”, mientras que géneros como el
Groove Metal o el Beatdown Hardcore que suelen tener esos tempos medios se
perciben como más “pesados” o incluso muy “machos” y “tóxicos”. Quisiera poder
hacer un mejor estudio de estas percepciones, pero no tengo los recursos a la
mano, aún así no deja de ser llamativo.
Pero
claro, una discusión dentro de la música y particularmente acentuada dentro del
Heavy Metal en general, es la virtuosidad entendida como la capacidad de tocar
varias notas a gran velocidad en un instrumento musical, especialmente en una
guitarra eléctrica. Sí, son bien conocidas las acrobacias de guitarristas como
Yngwie Malmsteen que son por lo menos muestras de una gran destreza y un ego
aún más grande, que para una buena parte del público es una proeza que debe ser
aclamada y emulada. Pero por otro lado, también sucede que dichas ráfagas de
habilidad se perciban como estériles y carentes de emoción alguna, que no
comunican nada más allá de la autocelebración del intérprete, por no decir nada
del exhibicionismo masturbatorio de las mismas (y a mí me da pereza ver a alguien
más hacerse una).
Fuera
de esto, también es de resaltar que los tempos demasiados altos no solo
comienzan a ser ininteligibles, sino que pueden tornarse curiosamente como algo
más bien atmosférico, que es algo que el Black Metal ha aprovechado en gran
medida (razón adicional de por qué no suele armar pogo). De hecho, en la
Electrónica, debido a que las capacidades de las máquinas suelen superar a las
humanas en el campo físico, ya se encuentran subgéneros como el Splittercore o
el Extratone que superan los 600 y los 1000 b.p.m. respectivamente, y a menos
que alguien me dé una opinión contraria, se trata claramente de experimentaciones
propias de la curiosidad humana por ver hasta donde es capaz de llegar, y que
sonoramente son atmósferas ruidosas muy cercanas a cosas como el Harsh Noise,
que deleitan a los que nos gusta el ruido por el ruido mismo. Así que una vez
más se esclarece que debe haber cierto margen de acción para lograr sonar
frenético e hiperactivo, sin caer en lo experimental y atmosférico, si ese no
es el propósito.
En
el material referenciado, como en mi experiencia componiendo, el límite superior
parece estar alrededor de los 250 b.p.m. para que sea a la vez frenético y “bailable”
o “pogueable”, más allá parece que se estancan las cosas (que era a veces
motivo de discusión con compañeros de banda). Lo primordial aquí, sería el
poder dar una sensación de velocidad que no dependa solo de los b.p.m., y de
ahí que técnicas como los half beat y sus variantes (los tupa-tupa), el tremolo
picking, los riffs parejos y obstinados logren ser la banda sonora perfecta
para saltar como loco, pisar el acelerador del carro, o irse cuesta abajo por
una loma en patines; si nos damos cuenta, son las técnicas que enfatizan lo
rítmico sobre otras características. Curiosamente, un elemento que encuentro de
manera recurrente en la literatura especializada, es a la vieja guardia de
géneros como el Hardcore Punk y el Death Metal (¡Guau! Otro punto de encuentro)
lamentando la tendencia de bandas postreras en ir aumentando la velocidad en
gran medida, descuidando otros aspectos. Claramente, la velocidad no lo es
todo, pero sí causa fascinación.
Obviamente,
para que algo en música sea pesado o extremo no depende exclusivamente de la
velocidad, influyen otros factores como el volumen, la distorsión, los modos o
atonalidad, etc… Pero yo no puedo dejar de cavilar sobre el aspecto principal
que me atrajo hacia este tipo de géneros, y me defraudaría de mí mismo si no
intentara indagar la construcción social que existe alrededor de éste.
Velocidad en la música: ¿gran muestra de frenesí? ¿un reflejo de lo acelerada
que está la vida actual? ¿la imposición de un mundo maquinista? Lo que hay es
camino por correr.
¡Cuernos
arriba!
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